El mismo fin de semana que Roger Federer ha saldado sus cuentas con la historia y con la tierra batida de Roland Garros, termino mi periplo por tierras helvéticas; concretamente en Lucerna, una las ciudades más emblemáticas del país de las pastillas Ricola. Lo bueno de los suizos es que son tal y como te los imaginas: puntuales, limpios y eficaces; así que no hay sorpresas desagradables. Ahora les ha dado por salpicar su urbanismo tradicional (mucha madera, soportales medievales, preciosos tejados de agua) con elementos de arquitectura moderna. La última copa del viernes por la noche nos la tomamos en el penthouse del Hotel Astoria, un edificio acristalado de puro diseño obra del dúo Herzog&De Meuron, los arquitectos suizos responsables –entre otras muchas cosas– del Allianz Arena de Munich o del famoso Bird's Nest de Pekín, el estadio olímpico que asombró al mundo el pasado verano. Me descubre el local Andrés Calvo, un coruñés que lleva ya una década gestionando hoteles en Lugano y Lucerna. Ahora maneja las riendas del Wilden Mann Luzern, un hotelito tradicional con un excelente restaurante de comida autóctona (nos contó que ya era una posada de postas en el lejano 1321). El sábado nos vamos de tiendas y comprobamos que el franco suizo ya no es tan fiero como lo pintaban. Eso sí, no es que Suiza haya perdido fuelle, que también, es que el euro ha disparado tanto los precios españoles que ya todo nos parece normal. El domingo, mientras empaco las maletas, veo a Federer en Eurosport luchar a cuchillo por el último Grand Slam que le falta. Jamás pensé que lo vería ganar en París desde un televisor suizo.
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