En la sierra de Arnero, al sur de San Vicente de la Barquera, bien entrados los años setenta del pasado siglo, aún se seguía extrayendo del subsuelo cántabro toneladas de galena, mineral con el que se fabricaban las antiguas cañerías de plomo, ésas que tan bien transportaron el agua durante décadas y que tan contaminantes han resultado ser con el tiempo. El negocio, claro está, se fue al traste, pero una vez más el turismo vino al rescate de esta hermosa y verde zona.
En su devenir por las entrañas de la tierra, los mineros dieron un día –al abrir hueco en una pared– con una corriente de aire fría, un soplao, como ellos dicen y decidieron investigar. Procedía de una enorme cueva natural, virgen de miradas humanas, repleta de estalactitas y estalagmitas (siempre me hago lío de cuál es cuál) de enorme calidad y cantidad. No corrían tiempos para la poesía, así que la convirtieron en una gran escombrera. A pesar de todo, tan grande era que apenas hay –aún hoy- algunos montones de morralla.
Por sus galerías ya no corren mineros, sino turistas, ávidos de contemplar una de las mejores cuevas en su género (y no es broma). Posee un número ilimitado de lo que los especialistas llaman formaciones excéntricas; esto es: estalactitas y estalagmitas que crecen de forma caótica y desordenada generando formas caprichosas que extasiarían al mismísimo Gaudí. Una de las salas más especiales, está custodiada por dos gigantes de piedra (foto de abajo) a los que los guías denominaban del obispo por sus formas. Eso fue hasta que un niño se saltó la explicación y soltó en alto: "A quien se parece es a Homer Simpson". Y la verdad es que se le echa un aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario