martes, 26 de mayo de 2009

Si hay miseria, que no se note


A
Carlos Salem lo descubrí a través de los chicos de Editorial Salto de Página, que me enviaron en 2007 su primera novela, Camino de ida. Muchos son los libros que se apilan sobre la mesa y pocos los ratos muertos para leer tranquilo, pero, al final, cayó de un sentada. Luego llegaron Matar y guardar la ropa y, ahora, recién salido de su apañolada cabeza Pero sigo siendo El Rey. A Salem le gustan las road movies. Sus historias van de aquí para allá, entre pueblecitos polvorientos, carreteras comarcales y extraños personajes cervantinos; también le gustan las celebrities (aunque él lo niegue), pero sólo tamizadas por el pasapurés de la cabrona realidad. Así no es raro que por sus páginas aparezcan Julio Iglesias, Carlitos Gardel, el juez Garzón, Luis Cobos o el mismísimo Rey Juan Carlos, protagonista de esta última entrega. Nuestro monarca decide escapar de la Zarzuela y buscar un rato de paz anónima por las playas de su niñez, cerca de Estoril; allí lo encontrará Arregui, detective canónico que tendrá que ponerlo a salvo de un grupo de asesinos. Suena a buddy movie o peli de colegas, pero es que Salem escribe con un pie en Malasaña y otro en el Siglo de Oro.
Quizá a alguien pueda sonarle excesivo meter al tipo que sale en la cara de las monedas en una historia como ésta, pero seguro que no pensó lo mismo cuando vio al presidente de los EE UU (o al actor que lo interpretaba, vamos) matar extraterrestres a bordo de un caza en Independence Day o a Harrison Ford repartir piñas entre los terroristas de Air Force One. Total, que en Esquire leemos a Salem (¡qué se le va a hacer!) y él nos lo agradece como pocos autores (va en serio). En el número de junio quisimos que fuera la firma invitada de nuestro Ruido y furia y aceptó encantado. Es más, prometió comprar tres ejemplares y enviarle uno a su madre para que viera que no se dedica (al menos full time) a los atorrantes oficios del lumpen. Con su pañuelo bucanero como enseña, presume de haber sido camarero antes que fraile, taxista o maestro pizzero, pero en realidad codirige el espacio literario Bukowski club y ya tiene su esquina de barra bien ganada en los chigrines de la Semana Negra de Gijón. Si Berlanga metía en todas sus películas la palabra “austrohúngaro”, Salem tiene debilidad por una frase: “Si hay miseria, que no se note”. Prueba a buscarla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario